domingo, 11 de diciembre de 2022

¿Qué hacer con la angustia?

La pandemia y la guerra de Ucrania son, tal vez, los episodios recientes que han puesto en primer lugar algo de lo cuál no se hablaba o se hablaba poco (y en voz baja): la salud mental. Antes de estos episodios también existían los estados de ansiedad, la angustia, la insatisfacción, las dificultades para enfrentarse a situaciones complejas, los problemas sexuales, las situaciones traumáticas.
En cuanto a los ataques de pánico, cobraron importancia de la mano de los ansiolíticos. Esta medicación, que en determinadas situaciones puede ser de utilidad, silencia lo sintomático y produce una falsa sensación de tranquilidad. Aunque no se hable de aquello que llevó a una persona a esa situación. También se ha dado una visibilidad preponderante a lo que la psiquiatría ha llamado T.O.C. (trastorno obsesivo compulsivo) y para ello también se recetan psicofármacos o se procede a una especie de readaptación o reeducación (“pastillas psíquicas”). Desde el discurso médico científico, la salud mental es propuesta como una suerte de ideal a alcanzar. Es decir, un estado de bienestar emocional y psicológico que nos permita vivir plenamente. En este sentido, esta propuesta es muy interesante porque nos sugiere que es posible alcanzar un ideal de felicidad. Parecería ser que la felicidad es posible y todo aquello que no se pueda alcanzar será acallado mediante drogas legales o mediante indicaciones terapéuticas verbales (aquello que yo llamo “pastilla psíquica”). 
¿La angustia es algo nuevo? Podríamos pensar que la angustia es algo que solo aparece en primer plano a partir del siglo XX. Siglo que ha presentado hechos significativos en la historia de la humanidad. Dos guerras mundiales devastadoras, un avance vertiginoso de la investigación científica entre otros. En ese contexto, la angustia es abordada profundamente desde el psicoanálisis. La primera sensación que tenemos cuando venimos a este mundo es de angustia. Si el bebé no llora, todo el mundo se preocupa. Cuando empieza a llorar, todos se relajan, quiere decir que está bien (aunque en realidad lo debe de estar pasando fatal… tiene que respirar, ver, oír, oler, sentir… ¡vaya situación complicada!). En alguna medida podríamos pensar que la angustia nos permite vivir, nos impulsa a vivir. Entonces, si pensamos que la mejor manera de sentirnos bien es acallando la angustia, eliminando aquello que nos está indicando que las cosas no van bien, terminaremos drogados “legalmente” y aquello que nos angustia seguirá existiendo. La angustia no es algo nuevo, no es un invento del siglo XX o del siglo XXI. A lo largo de la historia de la humanidad, las recetas para acallar lo que nos angustiaba, estaba del lado de las religiones que intentaban asumir una especie de resignación. En este punto podríamos pensar que si la angustia no es algo nuevo, si todo humano se angustia… ¿Qué nos queda? ¿Resignarnos? ¿Adaptarnos? La resignación quedaría del lado de la religión. Es probable que sirva como argumento para justificar que uno no tiene nada que ver con lo que le sucede. Hay alternativas más “new age” que atribuyen la causalidad al karma o a otras fuerzas (extrañas). En cuanto a la adaptación, es un buen recurso que tiene el sistema político-económico actual para justificar las desigualdades sociales. Un desafío La sociedad actual nos propone en numerosas ocasiones una suerte de “apaño” para calmar la angustia. Ya sea el consumo de drogas, las adicciones y el consumo de medicación psicotrópica que no hace más que silenciar lo sintomático. En este punto, la propuesta psicoanalítica se perfila como más ambiciosa, más valiente. No se trata de silenciar nada. Muy por el contrario se trata de hacer hablar eso, lo que nos angustia, lo que no podemos decir, lo que nos oprime.
En la actualidad abundan diversas teorías y tipos de terapias que, en numerosas ocasiones, se presentan como objetos de consumo. Hemos llegado a ver incluso, plataforma al estilo “rider” que ofrecen terapias “low cost”. Breves, estratégicas, focalizadas, etc. que no hacen más que segmentar, parcializar a un sujeto, como si se pudiera compartimentar la vida afectiva. Muchos han criticado al psicoanálisis y hemos llegado a escuchar que es una teoría “pasada de moda”, pero hay algo que todo aquel que haya pasado por un análisis lo sabe: es una práctica que permite enfrentarse a la historia personal y ver qué tiene uno que ver con lo que le sucede y con lo que lo angustia… y también con lo que le gustaría que le suceda, es decir con su deseo. ¿Qué hacer con la angustia? Pues eso… asumir el reto de enfrentarse a ella.

lunes, 29 de febrero de 2016

Su propuesta es, al menos, engañosa, diría Ana Pastor

Su propuesta es, al menos, engañosa; diría Ana Pastor @_anapastor_ Recientemente he recibido una advertencia con respecto a gente que se te aparece por tu casa, vestidos de traje, con una tablet para comprobar si te han hecho el descuento en la factura de la luz. Ya estoy bastante quemado con las simpáticas llamadas de Jazztel. He cambiado mi actitud, antes me enfadaba, ahora me entretengo un rato. Los entretengo un buen rato sabiendo, desde el primer momento, que nunca voy a contratar sus servicios. Pero hoy, justamente cuando tenía un rato libre, acudió a mi puerta un joven trajeado con una tablet en la mano. -Buenos días señor, soy de la compañía de electricidad, ya ha estado un compañero mío y venimos para ver si le han aplicado el descuento en su factura de electricidad. -A ver… tengo una duda: ¿por qué Endesa (la semana anterior habían venido de Endesa y no los pude atender) está preocupada por los descuentos? Se supone que a la compañía le conviene que yo pague más, no menos. -Yo no soy de Endesa sino de Iberdrola y estamos viendo si se le aplican los descuentos correspondientes, así ahorra en su factura. -Yo no necesito que me hagan ningún descuento. -Pero va a tener un mejor servicio. -¿La electricidad de Iberdrola es de mejor calidad? El joven titubea y agrego: -Pero yo no soy cliente de Iberdrola, sino de Endesa, entonces mi pregunta es la siguiente: ¿Cómo Iberdrola le va a aplicar un descuento a alguien que no es cliente? -Señor, yo estoy trabajando… -No he dicho lo contrario… pero me llama la atención la manera en que usted ejerce su trabajo. Si usted se hubiera presentado como un comercial de Iberdrola y me hubiera hecho una propuesta para contratar sus servicios, seguramente lo habría tratado de manera diferente. Su propuesta es, al menos, “engañosa” como diría Ana Pastor. Sólo dijo que pertenecía a Iberdrola cuando yo di por supuesto que venía de Endesa. -Entonces… ¿no quiere que le deje la hoja con los descuentos? -No. El joven se fue visiblemente enfadado… y yo me quedé muy tranquilo.

martes, 26 de octubre de 2010

Todo se transforma

La miré fijamente, intentando poner cara de enigmático, como lo hacía en algunas ocasiones. No podía permitir que se diera cuenta de que su discurso me fascinaba. Ella sí que sabía seducir a los hombres. Su boca era sensual, su voz cálida, su mirada tenía un brillo provocador y su discurso... impecable. Yo quería concentrarme en el contenido, en el discurso para poder detectar alguna falla, algún error, refutarlo y escapar a la atracción. Pero su forma de ver las cosas era tan coherente que quebraba cualquier recurso cuestionador, por astuto que fuera, y cualquier resistencia al magnetismo.
Se echó el pelo hacia atrás y me dijo: “En realidad, ya sabemos que el amor eterno no existe. Ya sé que me contradigo porque en el fondo siempre creí lo contrario, siempre tuve la ilusión de enamorarme de un hombre y quedarme con él para toda la vida”. El marrón profundo de sus ojos se vio refractado por unas lágrimas disimuladas por una risa franca y torpe. Yo intentaba preguntarle por qué se resistía a creer en que era posible, pero en realidad, inconscientemente, le estaba pidiendo que lo sostuviera y así encontrar un eco posible. Pero las palabras me traicionaban y no salían. Sólo una sonrisa, una emoción.
¿Qué se debatía en esa conversación? Tal vez un intento de dar sentido a lo inexplicable, a aquello que no se puede poner en palabras. Y en cierto sentido, sin quererlo, ella y yo estábamos reafirmando que lo único que nos mantiene en pie es el amor, el que damos, el que recibimos. Recordé que hacía muchos años, en medio de una anécdota casual, Diana me dijo: “Es bueno hacer el amor, al día siguiente uno se siente más cargado y da más cariño a la gente”. Seguramente Diana y ella tenían algo en común. Vivían amorosamente, apostando por hacer-lo posible. Para que ese amor se transformara y tarde o temprano regresara.

“Tu boca roja en la mía,
la copa que gira en mi mano,
y mientras el vino caía
supe que de algún lejano
rincón de otra galaxia,
el amor que me darías,
transformado, volvería
un día a darte las gracias.”*

Pero esos malditos miedos nos paralizan, se burlan de nuestra ilusión y nos manejan. Y, a veces, hacen que eso que no se pierde, eso que se transforma tarde en llegar.
Seguiré apostando, como lo hace Diana, como lo hace ella... ya no puedo dar marcha atrás. No es de hombres honestos traicionarse a sí mismo.
Además, como ya (te) he dicho, apunto a la coherencia, aunque sé que, en ocasiones, resulta difícil.
Recogió sus cosas y se fue pero antes me confesó que tenía que encontrarse con su amante. Ella estaba feliz, seguramente haría el amor con él y en ese momento, en ese preciso instante pensé en vos.
¿Es tan difícil querer y dejarse querer? No, sólo es cuestión de paciencia, es algo así como domesticar a un Zorro.

“Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma”*

*”Todo se transforma”, Jorge Drexler.

jueves, 30 de septiembre de 2010

El Recuerdo

“Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoría, señor, es como vacíadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.” Jorge Luis Borges, “Funes, el memorioso”.

La memoria es, tal vez, una de las capacidades más importantes que tenemos los animales. Nos permite aprender y poder interactuar con el medio en el cual vivimos. Los humanos nos distinguimos, entre otras cosas, por la capacidad de evocar. Claro, pero también podríamos preguntarnos ¿para qué sirve? ¿podríamos vivir sin memoria? ¿podríamos vivir sin olvidar?

Sin recordar estaríamos muy perdidos, como Doris, la pez de "Buscando a Nemo", que tiene problemas con la memoria de corto plazo. Pobre, tiene que aprender todo constantemente... vaya gasto de energía. ¿Y si no olvidáramos? Acabaríamos como el pobre Funes, el memorioso.

¿Pero por qué los recuerdos son tan importantes? ¿Y por qué muchas veces nuestro inconsciente se empeña en ocultarlos, disfrazarlos y condenarlos a un estado de latencia que no merecen?

Una explicación válida podría ser que olvidamos los recuerdos dolorosos pero hay algo que no cuadra. También olvidamos cosas que nos hicieron bien y que nos dicen un poco quienes somos. Puede ser que olvidemos por temor. Temor a que aquel pasado sea peor que el presente. O tal vez mejor. Quizás olvidamos por miedo a que lo que viene nunca iguale a ese momento, ese instante en que fuimos felices.

Lo cierto es que hay gente más memoriosa que otra, como Funes, o como tantos otros. Yo fui muy memorioso pero ahora tengo la impresión de que, a veces, me pierdo en los recuerdos. ¡Y me lo paso tan bien! Aunque hay momentos en que los recuerdos se me escapan y en otras ocasiones, insidiosamente, se me imponen e intentan jugarme una mala pasada.

Pero no nos engañemos, la memoria debe mantenerse viva, en los pueblos y en cada uno de los que los conforman. No en vano hay quienes luchan por mantenerla viva a pesar de que otros minimizan las cosas y las desvalorizan con el pretexto del futuro o de vivir el presente. Un futuro o un presente diseñados a su conveniencia. ¿Qué sería de un pueblo si no existiera gente que intenta mantener una memoria? ¿Qué sería de un hombre o de una mujer si no se reconociera en su historia?

Creo que nada... o poca cosa. Por mi parte, intento relajarme y dejar que esos recuerdos fluyan. A veces los busco en vano, otras compongo imágenes a partir de datos que me aparecen. Pero hay momentos en que no puedo dejar de evocarlos y de disfrutarlos. Como los mates de la abuela Rosa, la voz de la tía Dílma en el contestador, cantándome el feliz cumpleaños antes de que se me fuera, el banco de la estación de Morón en el que esperaba junto mi abuelo a que viniera a buscarme mi vieja, las pizzas de Gisela, Lucy cantando y bailando en el mar en Valeria, la espera a Ricardo en La Paz mientras él me esperaba en La Academia, los ojos llenos de lágrimas de la abuela cuando llegué de mi primer viaje a Paris, la voz de Agustín cuando tenía dos años en el teléfono diciendo "¿Lola lale?", un autobús que parte de Concordia a Buenos Aires y Pablo despidiéndome, el café turco de Jacquie, la carta de Ale diciéndome que éramos de la misma "calaña", la palabra "espectacular” de Leo, la risa de Leo (ncito), encontrarme en el Alto Palermo con Marcela, los guisos de la Repetto, la pregunta “¿a vos te gusta? de Pablo, el “vamos a ver” de José Luis, el “ahistá” de Frankie… tantas cosas que para un lector ingenuo no significan nada y para mí tanto...

Pero seguramente a aquel o a aquella que se anime a leer estas palabras, le vendrán a la memoria aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón.

domingo, 11 de abril de 2010

Los sueños y un tango

Abril es un mes especial para mí, lo es desde hace algunos años. Yo creo que uno de los motivos es porque, como llega la primavera, empiezo a estornudar por el polen y todas esas cosas que dicen en la televisión. Pero hay algo más particular que lo hace un mes especial, hace unos años se murió mi vieja. Y yo no sé muy bien si es por el polen, la primavera, lo que dicen en la televisión o por mi vieja; pero últimamente vengo soñando mucho. ¿Será porque los sueños son una expresión del inconsciente? Seguramente, pero... no del todo. Recuerdo que hace muchos años, cuando empezaba a descubrir la fascinación que me producía el psicoanálisis, soñaba mucho y me encantaba despertarme para escribir los sueños y encontrarles alguna explicación. Pero no siempre soñamos... ¿será que, a veces, nuestro inconsciente no quiere expresarse? ¿o tal vez porque se nos están acabando los sueños? No, no creo en esta segunda opción. Uno tiene que soñar y tiene que intentar cumplir sus sueños, aunque parezcan imposibles.
Y así, podríamos pensar en los sueños desde distintos lugares. Desde la medicina podemos medir la actividad eléctrica del cerebro, desde el psicoanálisis intentamos encontrar un sentido a lo que, aparentemente, no lo tiene. Y desde el corazón, desde el alma, el sueño es ese lugar único donde todo se confunde o no, donde todo cobra sentido o no, donde aparecen los importantes de nuestra vida y donde, a veces, aparecés vos, vieja.
Allí, en nuestros sueños, están los miedos, las dudas, los deseos, las pasiones, lo absurdo, lo inexplicable, lo macabro, lo bello, la desesperación. A veces, sin saber muy bien por qué, nos despertamos angustiados por sueños totalmente inexplicables, incomprensibles. Pero otras, lamentamos profundamente que ese viaje se nos termine e, ingenuamente, intentamos seguir durmiendo para que la magia no desaparezca.
Y como de sueños se trata, de pequeño, mi sueño era Paris. Pero a medida que vamos transitando nuestra vida, nuestros sueños cambian. Fue así como descubrí Barcelona, un poco en sueños y un poco en realidad. Y me hubiera gustado que mi madre conociera Barcelona... pero las cosas no siempre se pueden dar... los sueños no siempre se cumplen.
Los que conocen mi pasión por el tango muchas veces me preguntan: ¿bailás tango? Y yo humildemente digo la verdad: algo, me enseñó mi vieja cuando era un adolescente... pero creo que ya ni me acuerdo cómo era. La verdad es que me gustaría aprender a bailarlo bien... tal vez, ese sea otro sueño pendiente y, por suerte, realizable.
Anoche tuve un sueño. Íbamos con mi vieja cruzando una plaza en Barcelona, no podía reconocerla pero sabía que estábamos aquí. Había poca gente y la luz resaltaba los tonos pasteles de los edificios. Seguramente era al atardecer. Cruzábamos en diagonal y cuando llegamos al centro notamos que en una de las esquinas había una orquesta que afinaba levemente sus instrumentos. Reconocimos instantáneamente los acordes de un bandoneón... y cuando empezó el tango te agarré de la mano y me puse a bailar con vos, vieja. Sentía el ritmo en mi cuerpo y me dejaba llevar, intuitivamente, como me habías enseñado vos. Entonces me dijiste: ¡qué bien que bailás el tango! Me reí un poco, me daba vergüenza... y alcancé a decirte: hay milongas en Barcelona, podemos ir. Pero me desperté.
Anoche tuve un sueño, bailé un tango con vos, vieja.
Ale

lunes, 13 de julio de 2009

Temps era temps

Artículo publicado en la Revista Arg Express del mes de julio de 2009

Hemos tenido la suerte, a lo largo de la historia de nuestra especie, de poder manejar algunas variables para interactuar con el medio. Pero no todas son manejables, algunas se nos escapan de las manos. Por ejemplo, el tiempo. Para intentar entenderlo, podemos buscar explicaciones desde la física o desde la filosofía pero la mejor definición la vamos viviendo día a día, hora a hora… segundo a segundo. El tiempo, el implacable –el que pasó, como decía Mercedes Sosa-, nos recuerda constantemente que el presente es una ilusión –a medida que vamos viviéndolo se nos transforma en pasado-, que el futuro es incierto –siempre lo fue, pero si leemos los diarios, lo es aun más- y que el pasado nos determina, nos dice quiénes somos –mal que les pese a los negadores-. Más de uno ha soñado con detener el tiempo pero aun cuando lo lograra, durante ese lapso también habría pasado tiempo. Por otra parte, también hay soñadores que fantasean con volver al pasado… ¡Qué bonito sería! Poder cambiar cosas o corregir errores cometidos por el desconocimiento o por la inexperiencia.
Él, muy sutilmente, nos va haciendo cambiar y nos recuerda insidiosamente lo inevitable: no poder dominarlo. Pero esa sería un visión demasiado trágica o demasiado actual. Hay otra forma de pensarlo, de disfrutarlo.
No sabemos muy bien por qué, pero tenemos la impresión de que el tiempo se nos va pasando, se nos escapa. Seguramente, como en la mayoría de las cosas, hay muchas causas que nos llevan a tener esa sensación. Y los que somos más reflexivos nos detenemos –vaya ilusión- a pensar en nuestro tiempo, en el paso de nuestro tiempo. Otros, lo han hecho con talento, con sutileza, con esa capacidad de decir cosas entre líneas.
“Pienso en los gestos olvidados, en los múltiples ademanes y palabras de los abuelos, poco a poco perdidos, no heredados, caídos uno tras otro del árbol del tiempo (…). Como las palabras perdidas de la infancia, escuchadas por última vez a los viejos que se iban muriendo (…) . Como las músicas del momento, los valses del año veinte, las polkas que enternecían a los abuelos.
Pienso en esos objetos, esas cajas, esos utensilios que aparecen a veces en graneros, cocinas o escondrijos, y cuyo uso ya nadie es capaz de explicar. Vanidad de creer que comprendemos las obras del tiempo: él entierra sus muertos y guarda las llaves. Sólo en sueños, en la poesía, en el juego, (…), nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos.” Rayuela, Julio Cortázar.
Pero claro, en la época actual, presumimos con cierta impertinencia de nuestra juventud; y como los mensajes constantes nos dicen que tenemos que vivir el momento –ciertamente, ciertamente- no pensamos en nuestro tiempo ni en el de los otros. Y cuando vemos que hay otros que son mayores… a veces los ignoramos. No tenemos tiempo para dedicarles. Como si realmente fueran diferentes… porque, en última instancia, como dijo alguna vez Serrat: “la diferencia entre ellos y nosotros es que ellos llegaron antes”.
Pero la ciencia y la tecnología, sumadas a la vanidad del ser humano; han hecho buenos intentos para salvaguardar el divino tesoro: la juventud. Hace poco iba caminando por la calle y me crucé con una señora mayor con varias operaciones estéticas –que eran evidentes- y pensé: ¿qué diferencia hay entre esta señora y otra que no ha pasado por el bisturí? No sé si hay muchas, pero sí hay una que es evidente; salta a la vista: las dos son señoras mayores, una está operada y la otra no.
En la antigüedad, se veneraba a los ancianos. Eran los que tenían más experiencia y poseían la sabiduría de haber vivido más. Algunas cosas hemos heredado de esas sociedades, por ejemplo, en Argentina para ser senador hay que tener como mínimo 30 años (bueno, mucho no hemos heredado…) en tanto que para ser diputado sólo basta con tener 25. Esto viene del Derecho Romano: el Senado estaba compuesto por ancianos, gente mayor respetada por su experiencia y su sabiduría.
¿Pero qué lugar le da a los ancianos nuestra sociedad moderna? Buena pregunta. A juzgar por la situación general de la tercera edad, incluso en los países que poseen un sistema de seguridad social más justo y equitativo, un lugar menor.
En el mundo laboral tener 35 años es estar al límite y si tenemos la mala suerte de haber nacido 10 o 15 años antes: mucho peor. La juventud tiene más éxito. En una tienda es preferible tener a una vendedora guapa, joven y con buen cuerpo que a una mujer madura y con experiencia (aunque sea guapa y tenga buen cuerpo). Desde la perspectiva laboral, las sociedades actuales nos exprimen toda la juventud, se aprovechan de nuestras capacidades cuando tenemos mucha fuerza y luego nos condenan al olvido y a la miseria (pensemos en el salario de una persona jubilada y en el de una persona en actividad).
Resulta llamativo ver como se ha desvirtuado el respeto y la admiración hacia nuestros mayores en las sociedades modernas (sobre todo en las occidentales). Algunos de nosotros quedamos fascinados ante sus relatos y sus anécdotas. Pero hay quienes no les tienen paciencia y consideran “chorradas” esas historias de vida.
Los viejos, nuestros queridos viejos, muchas veces acaban siendo un estorbo y un problema cuando en realidad deberían ser parte de nuestra alegría y aquellos a quienes acudir en los momentos de duda. Y ese lugar que les vamos dando, termina convenciéndolos de que ya no pueden hacer cosas o de que ya no sirven como hace 30 años atrás. Entonces, se nos ponen frágiles, indefensos y acabamos cuidándolos y tratándolos como si fueran niños.
Pero ¿existen evidencias científicas de que el ser humano se pone frágil e indefenso cuando llega a una cierta edad? No, ninguna. Hay cambios, evidentemente, como los hay en todas las etapas del desarrollo de un ser vivo. Pero esas “etiquetas” que la sociedad joven les atribuye no forman parte del desarrollo vital. Los abuelos, los ancianos, la tercera edad (siempre hay formas diversas para llamarlos), muchas veces se nos van apagando porque los subestimamos y buscamos teorías o inventamos explicaciones ingenuas para justificar y demostrar que ellos ya no pueden. Seguramente no pueden hacer muchas cosas pero hay otras que sí. Y aquí surge una pregunta muy interesante: ¿qué es ser viejo? ¿haber nacido hace muchos años? ¿tener el pelo blanco y arrugas en la cara? A mí me surge otra respuesta más convincente: no tener más ganas. Desde esta perspectiva vemos que hay más de un joven “viejo”. Pero ejemplos de gente que llegó hace mucho y que sigue conservando las “ganas” hay a montones, no hace falta ser explícito y decir: “fulanito tiene 80 años y empezó a estudiar una carrera” o “menganito se casó a los 75 años” para que otros digan “¡qué admirable!”. Lo admirable (o lo esperable) sería que la gente se vaya animando y se vaya despegando de esas etiquetas de vejez como algo inútil, que ya no sirve. Qué cambiemos el concepto de vejez como enfermedad o patología por el de otra etapa dentro del desarrollo evolutivo de nuestra vida. Y los jóvenes junto a los que estamos transitando eso que los franceses llamaron “l’âge de raison” tendríamos que ser más flexibles, más alentadores, más respetuosos, más pacientes con aquéllos que, en otro tiempo, fueron nuestros referentes. Ante la imposibilidad de controlar la variable tiempo, podemos darle un rodeo a la idea y dedicarles más tiempo, compartir el nuestro con ellos. En vez de darles un lugar de desamparo, de vulnerabilidad y de dependencia tendríamos que transmitirles admiración y seguridad. Como le contesta Elvira (China Zorrilla) a Mamá Cora (Antonio Gasalla) en “Esperando la Carroza” a la pregunta de si “será la misma húngara”: “Pero Mamá Cora: ¡QUÉ DUDA CABE!”
Alejandro Pignato

domingo, 31 de mayo de 2009

Adios hermano cruel

Artículo publicado en la revista Arg Express del mes de junio de 2009

En los años 70, Giuseppe Patroni Griffi filmó una estupenda y controvertida película llamada “Adiós hermano cruel”, basada en la obra “Lástima que sea una puta”, de John Ford (contemporáneo de Shakespeare). Controvertida y fuerte ya que se trata de una tragedia que cuenta la historia de dos hermanos que se enamoran y finalmente ella queda embarazada.
La literatura, a lo largo de la historia de la humanidad, ha producido obras escabrosas pero que no por ello han dejado de llamar la atención del lector. Estas tragedias nos han permitido reflexionar acerca de la naturaleza de la condición humana. No tenemos más que referirnos a Edipo Rey o a Antígona de Sófocles en las qué, más allá de cautivarnos con la teatralidad y con la riqueza del texto, nos vemos llevados a una profunda reflexión acerca del género humano. Estos dramaturgos universales han podido plasmar en su obra interrogantes que llevan a una reflexión filosófica y ética.
Si analizamos más profundamente la acción de ver una película o de ir a ver una obra de teatro, vemos que hay aspectos voyeuristas ya que de lo que se trata es de “ver” una historia en la cual no participamos… pero como es una convención socialmente aceptada no tenemos registro del aspecto perverso que conlleva. A todos nos gusta ver, observar; ya que es una buena forma de conocer y de aprender. Y también hay muchos que se divierten viendo más allá de lo que se ve… es algo así como esa señora que llama a la policía porque su vecino de enfrente está desnudo. Cuando llega el policía le dice: “pero señora, ese hombre está medio cuerpo desnudo” y la mujer le replica: “¡sí pero súbase a este banquito y va a ver que está desnudo!”. Como la señora, hay mucha gente que quiere ver más y no necesariamente para conocer y para aprender. Gozan viendo.
Pero ¿qué podemos ver? Una buena película que nos permita identificarnos con el personaje o que permita proyectarnos en él. Quizás una película de acción o policial que nos distraiga un poco. O tal vez otra que nos llegue al corazón y nos emocione. El cine y el teatro son buenas formas para reflexionar y para crecer. Pero también existe otro medio de comunicación: la caja boba. Este invento maravilloso de la tecnología que nos conecta con el mundo entero, nos cautiva y nos imbeciliza a tal punto que hay momentos en que no nos apetece salir, ir al cine o al teatro, airearnos, ver a amigos y poder discutir sobre lo que hemos visto.
La televisión se mete en los hogares, acompaña a ancianos y a gente sola. Recuerdo que cada vez que Mirtha Legrand amenazaba con dejar sus almuerzos televisivos, siempre sacaba su faceta tierna y altruista recordándose a sí misma y a sus televidentes que tenía una misión social: compartir su mesa a través de la televisión con los corazones solitarios. O como Boluda Total, perdón, quise decir Utilísima Satelital, cuando encontraba actividades interesantes para que señoras cuarentonas –y burguesas- pudieran sentirse útiles y entretenidas. Estas referencias a programas de televisión argentinos no están muy lejos de los programas de la televisión española.
Los programas de cotilleo y de prensa rosa nos están ahorrando la birra y la discusión a la salida del cine y del teatro. Bueno, la birra quizás no pero sí la discusión: ellos discuten por nosotros. Se sacan los ojos, se insultan, se alían, se tiran flores y, felizmente nos ponen al corriente de la situación sentimental o patrimonial de los famosos. ¿Y quiénes son los famosos? Bueno… los toreros, los empresarios, los del jet set o las señoritas que tuvieron la suerte de meterse en la cama con alguno de ellos y eso las lanzó a la fama. Como decía Discepolo: “no hay aplazados ni escalafón, los inmorales nos han igualao; si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición: da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”.
Pero también tenemos los programas que nos permiten hacer una catarsis con las miserias ajenas: “El diario de Patricia”. Donde la gente, en su mayoría con un nivel de educación bajo, va a mostrar sus miserias o a intentar recuperar una relación afectiva. Y la gente quiere ver más, quiere subirse al banquito para ver si realmente el vecino está desnudo.
Y ahora, la “factoría de ficciones” (me refiero a Telecinco) nos deleita con un nuevo reality show pero con funciones terapéuticas: La Caja. Avalada por psicólogos colegiados –bueno, estamos en crisis y dar la cara en un programa de televisión puede aumentar la clientela- esta ficción nos da la posibilidad de enfrentarnos a nuestros miedos para que desaparezcan. Como si fuera tan fácil deshacerse de algo que nos duele o nos limita en nuestra vida anímica. Y tal como dicen en la página web: “La caja es mucho más que ir al psicólogo”. Así que si seguimos en esta línea, si alguno de los lectores tiene una úlcera de estómago, que no vaya al médico; con ver un par de capítulos de House se va a curar –¡es que House es infalible!-.
Estas ironías, que probablemente nos dibujen una sonrisa en la cara, encierran una lamentable realidad: los intereses económicos priman más que las posiciones éticas. El dolor ajeno, las miserias que en alguna medida todos padecemos, la intimidad; venden y hacen ganar mucho dinero.
Esta reflexión acerca de programas de televisión efectistas no dista mucho del uso que hacen algunos medios masivos de comunicación, como la prensa escrita. Pero no nos equivoquemos: mostrar lo peor del género humano no instruye ni necesariamente lleva a una reflexión profunda. Pero sin ninguna duda: vende y genera dinero.
Pero no sólo este exhibicionismo mediático está instrumentado a nivel televisivo y periodístico, también internet se ha sumado a esta cruzada: facebook… ¿les suena? En un principio creímos que estaba destinado a reencontrarse con amigos y a conocer a los amigos de nuestros amigos. También nos resultaba útil para organizar una reunión o fiesta o para compartir fotos de algún evento. Pero como todo evoluciona, ahora también podemos jugar con los gustos y o con los pre-juicios que tenemos de algunos… y como es un juego, nadie –en teoría- se ofende. En alguna medida, facebook también forma parte de este conjunto mediático de exhibicionismo.
Y así, como un presagio anunciado en obras como “Un mundo feliz” de Aldous Huxley o la película “Brazil” de Terry Gilliam; aparece nuestro querido “Gran Hermano”. Otra obra maestra de la televisión que nos apasiona con las relaciones –a veces carnales- de un grupo de gente que tiene que convivir en una casa. Pero no nos confundamos, la lente del logotipo no tiene nada que ver con el ojo de HAL, el ordenador de “2001, Una Odisea Espacial”. El logotipo somos nosotros subidos al banquito, observando y luchando porque fulanito o menganita sean nominados y finalmente echados (bueno, seguramente algo habrá hecho… ¡se lo merecía!).
Tal vez los que hemos apreciado el trabajo de Jim Carrey en “El Show de Truman” –que nos permitió revalorizar, junto con “Olvídate de mí” al graciosillo actor de “La máscara”-; pensamos que esta crítica sutil al uso perverso de un medio de comunicación podía contribuir a un cambio de tratamiento en los programas de televisión. Pero parece que el efecto fue exactamente el contrario. Ya he perdido la cuenta del número de “Gran Hermano” que van. Y de los que se han ido (¡¡¡adiós, hermano cruel!!!) y de los que vendrán.
Estas tragedias televisadas, no nos llevan a pensar en la condición humana y en su destino. Están muy lejos de los grandes de la literatura universal. Lo único que hacen, es que más de uno se suba al banquito.
Alejandro Pignato