domingo, 31 de mayo de 2009

Adios hermano cruel

Artículo publicado en la revista Arg Express del mes de junio de 2009

En los años 70, Giuseppe Patroni Griffi filmó una estupenda y controvertida película llamada “Adiós hermano cruel”, basada en la obra “Lástima que sea una puta”, de John Ford (contemporáneo de Shakespeare). Controvertida y fuerte ya que se trata de una tragedia que cuenta la historia de dos hermanos que se enamoran y finalmente ella queda embarazada.
La literatura, a lo largo de la historia de la humanidad, ha producido obras escabrosas pero que no por ello han dejado de llamar la atención del lector. Estas tragedias nos han permitido reflexionar acerca de la naturaleza de la condición humana. No tenemos más que referirnos a Edipo Rey o a Antígona de Sófocles en las qué, más allá de cautivarnos con la teatralidad y con la riqueza del texto, nos vemos llevados a una profunda reflexión acerca del género humano. Estos dramaturgos universales han podido plasmar en su obra interrogantes que llevan a una reflexión filosófica y ética.
Si analizamos más profundamente la acción de ver una película o de ir a ver una obra de teatro, vemos que hay aspectos voyeuristas ya que de lo que se trata es de “ver” una historia en la cual no participamos… pero como es una convención socialmente aceptada no tenemos registro del aspecto perverso que conlleva. A todos nos gusta ver, observar; ya que es una buena forma de conocer y de aprender. Y también hay muchos que se divierten viendo más allá de lo que se ve… es algo así como esa señora que llama a la policía porque su vecino de enfrente está desnudo. Cuando llega el policía le dice: “pero señora, ese hombre está medio cuerpo desnudo” y la mujer le replica: “¡sí pero súbase a este banquito y va a ver que está desnudo!”. Como la señora, hay mucha gente que quiere ver más y no necesariamente para conocer y para aprender. Gozan viendo.
Pero ¿qué podemos ver? Una buena película que nos permita identificarnos con el personaje o que permita proyectarnos en él. Quizás una película de acción o policial que nos distraiga un poco. O tal vez otra que nos llegue al corazón y nos emocione. El cine y el teatro son buenas formas para reflexionar y para crecer. Pero también existe otro medio de comunicación: la caja boba. Este invento maravilloso de la tecnología que nos conecta con el mundo entero, nos cautiva y nos imbeciliza a tal punto que hay momentos en que no nos apetece salir, ir al cine o al teatro, airearnos, ver a amigos y poder discutir sobre lo que hemos visto.
La televisión se mete en los hogares, acompaña a ancianos y a gente sola. Recuerdo que cada vez que Mirtha Legrand amenazaba con dejar sus almuerzos televisivos, siempre sacaba su faceta tierna y altruista recordándose a sí misma y a sus televidentes que tenía una misión social: compartir su mesa a través de la televisión con los corazones solitarios. O como Boluda Total, perdón, quise decir Utilísima Satelital, cuando encontraba actividades interesantes para que señoras cuarentonas –y burguesas- pudieran sentirse útiles y entretenidas. Estas referencias a programas de televisión argentinos no están muy lejos de los programas de la televisión española.
Los programas de cotilleo y de prensa rosa nos están ahorrando la birra y la discusión a la salida del cine y del teatro. Bueno, la birra quizás no pero sí la discusión: ellos discuten por nosotros. Se sacan los ojos, se insultan, se alían, se tiran flores y, felizmente nos ponen al corriente de la situación sentimental o patrimonial de los famosos. ¿Y quiénes son los famosos? Bueno… los toreros, los empresarios, los del jet set o las señoritas que tuvieron la suerte de meterse en la cama con alguno de ellos y eso las lanzó a la fama. Como decía Discepolo: “no hay aplazados ni escalafón, los inmorales nos han igualao; si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición: da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”.
Pero también tenemos los programas que nos permiten hacer una catarsis con las miserias ajenas: “El diario de Patricia”. Donde la gente, en su mayoría con un nivel de educación bajo, va a mostrar sus miserias o a intentar recuperar una relación afectiva. Y la gente quiere ver más, quiere subirse al banquito para ver si realmente el vecino está desnudo.
Y ahora, la “factoría de ficciones” (me refiero a Telecinco) nos deleita con un nuevo reality show pero con funciones terapéuticas: La Caja. Avalada por psicólogos colegiados –bueno, estamos en crisis y dar la cara en un programa de televisión puede aumentar la clientela- esta ficción nos da la posibilidad de enfrentarnos a nuestros miedos para que desaparezcan. Como si fuera tan fácil deshacerse de algo que nos duele o nos limita en nuestra vida anímica. Y tal como dicen en la página web: “La caja es mucho más que ir al psicólogo”. Así que si seguimos en esta línea, si alguno de los lectores tiene una úlcera de estómago, que no vaya al médico; con ver un par de capítulos de House se va a curar –¡es que House es infalible!-.
Estas ironías, que probablemente nos dibujen una sonrisa en la cara, encierran una lamentable realidad: los intereses económicos priman más que las posiciones éticas. El dolor ajeno, las miserias que en alguna medida todos padecemos, la intimidad; venden y hacen ganar mucho dinero.
Esta reflexión acerca de programas de televisión efectistas no dista mucho del uso que hacen algunos medios masivos de comunicación, como la prensa escrita. Pero no nos equivoquemos: mostrar lo peor del género humano no instruye ni necesariamente lleva a una reflexión profunda. Pero sin ninguna duda: vende y genera dinero.
Pero no sólo este exhibicionismo mediático está instrumentado a nivel televisivo y periodístico, también internet se ha sumado a esta cruzada: facebook… ¿les suena? En un principio creímos que estaba destinado a reencontrarse con amigos y a conocer a los amigos de nuestros amigos. También nos resultaba útil para organizar una reunión o fiesta o para compartir fotos de algún evento. Pero como todo evoluciona, ahora también podemos jugar con los gustos y o con los pre-juicios que tenemos de algunos… y como es un juego, nadie –en teoría- se ofende. En alguna medida, facebook también forma parte de este conjunto mediático de exhibicionismo.
Y así, como un presagio anunciado en obras como “Un mundo feliz” de Aldous Huxley o la película “Brazil” de Terry Gilliam; aparece nuestro querido “Gran Hermano”. Otra obra maestra de la televisión que nos apasiona con las relaciones –a veces carnales- de un grupo de gente que tiene que convivir en una casa. Pero no nos confundamos, la lente del logotipo no tiene nada que ver con el ojo de HAL, el ordenador de “2001, Una Odisea Espacial”. El logotipo somos nosotros subidos al banquito, observando y luchando porque fulanito o menganita sean nominados y finalmente echados (bueno, seguramente algo habrá hecho… ¡se lo merecía!).
Tal vez los que hemos apreciado el trabajo de Jim Carrey en “El Show de Truman” –que nos permitió revalorizar, junto con “Olvídate de mí” al graciosillo actor de “La máscara”-; pensamos que esta crítica sutil al uso perverso de un medio de comunicación podía contribuir a un cambio de tratamiento en los programas de televisión. Pero parece que el efecto fue exactamente el contrario. Ya he perdido la cuenta del número de “Gran Hermano” que van. Y de los que se han ido (¡¡¡adiós, hermano cruel!!!) y de los que vendrán.
Estas tragedias televisadas, no nos llevan a pensar en la condición humana y en su destino. Están muy lejos de los grandes de la literatura universal. Lo único que hacen, es que más de uno se suba al banquito.
Alejandro Pignato

sábado, 2 de mayo de 2009

De a poco

Artículo publicado en la revista Arg Express del mes de mayo de 2009

Hace unos años tuve la oportunidad de asistir a un espectáculo de Enrique Pinti en Barcelona. Este talentoso escritor, actor y comunicador contaba, en uno de sus monólogos, una anécdota (tal vez ficticia) acerca de un norteamericano, sociólogo, que estaba intrigado por el “caso” de Argentina. Él le comentaba a Pinti que estaba desconcertado con nuestro país. Se había documentado muy bien. Veía que Argentina era un país rico en recursos naturales; con una geografía extensa, diversa; con un potencial humano valioso. No había pasado por guerras devastadoras ni había sufrido grandes catástrofes naturales. Con todas estas características le preguntó a Pinti: ¿cómo fue que se fueron a la mierda? Y Pinti contestó: “de a poco”.
Así suele pasar, las cosas se deterioran, cambian y en ocasiones se vienen abajo. Y como eso sucede “de a poco”, no vamos tomando conciencia de que muchas cosas cambian. Pero en algún momento hacemos un “clic” y nos saltan las fichas. Quedamos alucinados, sin poder creer lo que vemos o leemos. Así nos sucedió a los que estábamos aquí en diciembre de 2001, viendo las imágenes de una Argentina caótica, enojada, rebelada, indignada. No podíamos ver lo que estaban transmitiendo y parecía un documental de otro país. Pero ya lo hemos dicho en otra ocasión: tarde o temprano la realidad se impone y, lamentablemente, parecemos precursores en situaciones que luego se repiten a gran escala -¿serán los efectos de la globalización?-. De todos modos, también tendríamos que mirar aspectos positivos. Siempre hay algo positivo para rescatar. No tenemos más que ver el documental “La toma” –“The take”- que cuenta la experiencia de obreros en Argentina, que se organizan para reactivar fábricas cerradas a causa de la crisis de 2001.
Antes de que apareciera internet en nuestras vidas, las noticias tardaban más en llegar y si alguien estaba lejos de su tierra se enteraba solamente de aquello que era más importante o que tenía más repercusión. Tengamos en cuenta que una carta por correo postal enviada desde Argentina a Europa tardaba una media de 5 días en llegar. Un mensaje de correo electrónico tarda segundos y a través de internet podemos leer los diarios de cualquier parte del mundo en todo momento.
Pero el hecho de que estemos bien informados o mejor dicho “rápidamente” informados, no cambia mucho la situación de vivir lejos del lugar donde nacimos. Los que llevamos un tiempo considerable viviendo del otro lado del Atlántico, hemos cambiado percepciones y concepciones acerca de lo que pasa en nuestra tierra. Sería algo así como una necesidad de construir una imagen que, por un lado justifique el hecho de haber migrado y por otro, nos siga manteniendo unidos a nuestro país.
Y cuando volvemos (“siempre se vuelve al primer amor”, decía Gardel) tenemos una rara sensación porque somos de allí pero algo ha cambiado en nosotros. Hemos cambiado códigos, hablamos en un argeñol pulido, decimos “vale”, se nos escapa un “hostia”… pero en el fondo seguimos siendo los mismos. Por otro lado, nuestra gente también ha cambiado la percepción que tenía de nosotros. Muchos creen que estamos juntando euros con carretillas y que somos indiferentes a lo que pasa en nuestra tierra. A veces te dicen: “claro, vos no entendés, no vivís acá”. Y es cierto. También es verdad que cuando uno no vive en un lugar se queda con viejas percepciones –a mí me cuesta creer que con 100 pesos no se puede comprar mucho en el supermercado-. De todos modos, hay cosas que no cambian: Argentina (y América Latina en general) es lugar de grandes contrastes. La última vez que estuve en Buenos Aires, vi en televisión una manifestación de empleados del Hospital de Clínicas (recordemos que es el hospital escuela de la Universidad de Buenos Aires) quejándose porque había fugas de radiación en la parte de radiología. Al día siguiente, un amigo me invitó a comer a un restaurante en Palermo Hollywood (bueno, últimamente hay tantos “Palermos” que ya me mareo…. digamos: en la avenida Juan B. Justo) y al llegar, bajamos del coche y un valet parking se ocupó de estacionarlo. ¡Vaya contraste con la noticia que había visto el día anterior!
Pero claro, ya sabemos que Argentina es un país “inclasificable”, es una paradoja y nada indica que vaya a dejar de serlo.
Estas incongruencias que vemos no nos dejan de asombrar y ahora, para mantener una cierta lógica de asombro, leemos en los diarios que el dengue ya ha llegado a Buenos Aires. Una enfermedad con características de epidemia, ahora corre el riesgo de transformarse en una endemia. ¿Pero cómo es que un mosquito que habita en zonas tropicales haya llegado a Buenos Aires? ¿Y con qué infraestructura cuenta Argentina para hacerle frente a esta enfermedad si para operarse en un hospital público hay que comprar hasta la hoja de bisturí? Son cosas que nos hacen flipar, pero no solamente porque nos lleva a la reflexión sobre los recursos y la infraestructura para poder hacerle frente sino porque también nos damos cuenta de que el tema del calentamiento global no es un verso de los ecologistas como quieren minimizar algunos sectores de la derecha. Estamos empezando a percibir sus consecuencias. México, con la gripe porcina, también es un ejemplo de ello.
Y una de las cosas que se me cruzó –que luego, obviamente comprobé- es que seguramente surgirían las especulaciones de turno. Empezarían a escasear los repelentes para insectos y la gente se asustaría ante el primer zumbido en la oreja. Como vemos, hay percepciones que conservamos de nuestra Argentina y que no han cambiado mucho. Recuerdo que cuando hubo un brote de cólera se recomendaba agregar una gota de lejía en el agua para lavar las verduras y las frutas. Hubo casos de gente hospitalizada porque le había echado una gota de lejía a cada mate que tomaba.
Las percepciones que tenemos los que estamos aquí probablemente no se correspondan con la realidad que se vive en nuestro país, pero eso no cambia la preocupación y el desconcierto que sentimos al leer el diario o al hablar con algún recién llegado. Porque más allá de nuestro argeñol pulido y de los aspectos culturales que hemos incorporado, seguimos siendo argentinos, latinoamericanos, americanos (mal que les pese a los norteamericanos ya que quieren monopolizar hasta el nombre de nuestro continente). Y lo que le suceda a nuestro continente nos afecta. Pero no sólo por una cuestión de raíces y de cultura, sino también porque es una forma de tomar conciencia de lo que le está pasando al planeta y a la humanidad. La selección natural de Darwin se está transformando en una selección artificial, creada por el hombre y sus intereses económicos.
La gripe aviar, el dengue, la gripe porcina son algunos ejemplos de que algo anda mal en el equilibrio ecológico de nuestro planeta. La crisis económica, el exhibicionismo mediático de la intimidad, el mercantilismo de la información, la decadencia de los valores y principios éticos son algunos ejemplos de que algo anda mal en los principios éticos de la humanidad.
Tal vez lo más preocupante es que estamos viendo como el planeta tierra y la humanidad se están yendo a la mierda, como decía Pinti: “de a poco”.
Alejandro Pignato