domingo, 11 de diciembre de 2022

¿Qué hacer con la angustia?

La pandemia y la guerra de Ucrania son, tal vez, los episodios recientes que han puesto en primer lugar algo de lo cuál no se hablaba o se hablaba poco (y en voz baja): la salud mental. Antes de estos episodios también existían los estados de ansiedad, la angustia, la insatisfacción, las dificultades para enfrentarse a situaciones complejas, los problemas sexuales, las situaciones traumáticas.
En cuanto a los ataques de pánico, cobraron importancia de la mano de los ansiolíticos. Esta medicación, que en determinadas situaciones puede ser de utilidad, silencia lo sintomático y produce una falsa sensación de tranquilidad. Aunque no se hable de aquello que llevó a una persona a esa situación. También se ha dado una visibilidad preponderante a lo que la psiquiatría ha llamado T.O.C. (trastorno obsesivo compulsivo) y para ello también se recetan psicofármacos o se procede a una especie de readaptación o reeducación (“pastillas psíquicas”). Desde el discurso médico científico, la salud mental es propuesta como una suerte de ideal a alcanzar. Es decir, un estado de bienestar emocional y psicológico que nos permita vivir plenamente. En este sentido, esta propuesta es muy interesante porque nos sugiere que es posible alcanzar un ideal de felicidad. Parecería ser que la felicidad es posible y todo aquello que no se pueda alcanzar será acallado mediante drogas legales o mediante indicaciones terapéuticas verbales (aquello que yo llamo “pastilla psíquica”). 
¿La angustia es algo nuevo? Podríamos pensar que la angustia es algo que solo aparece en primer plano a partir del siglo XX. Siglo que ha presentado hechos significativos en la historia de la humanidad. Dos guerras mundiales devastadoras, un avance vertiginoso de la investigación científica entre otros. En ese contexto, la angustia es abordada profundamente desde el psicoanálisis. La primera sensación que tenemos cuando venimos a este mundo es de angustia. Si el bebé no llora, todo el mundo se preocupa. Cuando empieza a llorar, todos se relajan, quiere decir que está bien (aunque en realidad lo debe de estar pasando fatal… tiene que respirar, ver, oír, oler, sentir… ¡vaya situación complicada!). En alguna medida podríamos pensar que la angustia nos permite vivir, nos impulsa a vivir. Entonces, si pensamos que la mejor manera de sentirnos bien es acallando la angustia, eliminando aquello que nos está indicando que las cosas no van bien, terminaremos drogados “legalmente” y aquello que nos angustia seguirá existiendo. La angustia no es algo nuevo, no es un invento del siglo XX o del siglo XXI. A lo largo de la historia de la humanidad, las recetas para acallar lo que nos angustiaba, estaba del lado de las religiones que intentaban asumir una especie de resignación. En este punto podríamos pensar que si la angustia no es algo nuevo, si todo humano se angustia… ¿Qué nos queda? ¿Resignarnos? ¿Adaptarnos? La resignación quedaría del lado de la religión. Es probable que sirva como argumento para justificar que uno no tiene nada que ver con lo que le sucede. Hay alternativas más “new age” que atribuyen la causalidad al karma o a otras fuerzas (extrañas). En cuanto a la adaptación, es un buen recurso que tiene el sistema político-económico actual para justificar las desigualdades sociales. Un desafío La sociedad actual nos propone en numerosas ocasiones una suerte de “apaño” para calmar la angustia. Ya sea el consumo de drogas, las adicciones y el consumo de medicación psicotrópica que no hace más que silenciar lo sintomático. En este punto, la propuesta psicoanalítica se perfila como más ambiciosa, más valiente. No se trata de silenciar nada. Muy por el contrario se trata de hacer hablar eso, lo que nos angustia, lo que no podemos decir, lo que nos oprime.
En la actualidad abundan diversas teorías y tipos de terapias que, en numerosas ocasiones, se presentan como objetos de consumo. Hemos llegado a ver incluso, plataforma al estilo “rider” que ofrecen terapias “low cost”. Breves, estratégicas, focalizadas, etc. que no hacen más que segmentar, parcializar a un sujeto, como si se pudiera compartimentar la vida afectiva. Muchos han criticado al psicoanálisis y hemos llegado a escuchar que es una teoría “pasada de moda”, pero hay algo que todo aquel que haya pasado por un análisis lo sabe: es una práctica que permite enfrentarse a la historia personal y ver qué tiene uno que ver con lo que le sucede y con lo que lo angustia… y también con lo que le gustaría que le suceda, es decir con su deseo. ¿Qué hacer con la angustia? Pues eso… asumir el reto de enfrentarse a ella.