martes, 26 de octubre de 2010

Todo se transforma

La miré fijamente, intentando poner cara de enigmático, como lo hacía en algunas ocasiones. No podía permitir que se diera cuenta de que su discurso me fascinaba. Ella sí que sabía seducir a los hombres. Su boca era sensual, su voz cálida, su mirada tenía un brillo provocador y su discurso... impecable. Yo quería concentrarme en el contenido, en el discurso para poder detectar alguna falla, algún error, refutarlo y escapar a la atracción. Pero su forma de ver las cosas era tan coherente que quebraba cualquier recurso cuestionador, por astuto que fuera, y cualquier resistencia al magnetismo.
Se echó el pelo hacia atrás y me dijo: “En realidad, ya sabemos que el amor eterno no existe. Ya sé que me contradigo porque en el fondo siempre creí lo contrario, siempre tuve la ilusión de enamorarme de un hombre y quedarme con él para toda la vida”. El marrón profundo de sus ojos se vio refractado por unas lágrimas disimuladas por una risa franca y torpe. Yo intentaba preguntarle por qué se resistía a creer en que era posible, pero en realidad, inconscientemente, le estaba pidiendo que lo sostuviera y así encontrar un eco posible. Pero las palabras me traicionaban y no salían. Sólo una sonrisa, una emoción.
¿Qué se debatía en esa conversación? Tal vez un intento de dar sentido a lo inexplicable, a aquello que no se puede poner en palabras. Y en cierto sentido, sin quererlo, ella y yo estábamos reafirmando que lo único que nos mantiene en pie es el amor, el que damos, el que recibimos. Recordé que hacía muchos años, en medio de una anécdota casual, Diana me dijo: “Es bueno hacer el amor, al día siguiente uno se siente más cargado y da más cariño a la gente”. Seguramente Diana y ella tenían algo en común. Vivían amorosamente, apostando por hacer-lo posible. Para que ese amor se transformara y tarde o temprano regresara.

“Tu boca roja en la mía,
la copa que gira en mi mano,
y mientras el vino caía
supe que de algún lejano
rincón de otra galaxia,
el amor que me darías,
transformado, volvería
un día a darte las gracias.”*

Pero esos malditos miedos nos paralizan, se burlan de nuestra ilusión y nos manejan. Y, a veces, hacen que eso que no se pierde, eso que se transforma tarde en llegar.
Seguiré apostando, como lo hace Diana, como lo hace ella... ya no puedo dar marcha atrás. No es de hombres honestos traicionarse a sí mismo.
Además, como ya (te) he dicho, apunto a la coherencia, aunque sé que, en ocasiones, resulta difícil.
Recogió sus cosas y se fue pero antes me confesó que tenía que encontrarse con su amante. Ella estaba feliz, seguramente haría el amor con él y en ese momento, en ese preciso instante pensé en vos.
¿Es tan difícil querer y dejarse querer? No, sólo es cuestión de paciencia, es algo así como domesticar a un Zorro.

“Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma”*

*”Todo se transforma”, Jorge Drexler.