Artículo publicado en la revista Arg Express del mes de abril de 2009
Seguimos en crisis y parece que día a día las cosas se agravan. Leemos los diarios o encendemos la televisión, las noticias nos desalientan y en algún momento nos ponemos a pensar: ¿qué es esa cosa llamada crisis?
Todos conocemos el significado de la palabra crisis, a veces no podemos definirlo en forma clara pero seguramente tenemos incorporado el concepto. De todos modos, nunca está demás recurrir a un diccionario ya que eso nos permite unificar el criterio para saber de qué estamos hablando. El lenguaje humano tiene la característica de ser polisémico, es decir que una misma palabra puede querer decir distintas cosas en diferentes contextos. Si consultamos la definición de “crisis” que nos da el Diccionario de la Real Academia Española vamos a encontrar siete acepciones. Sólo tomaremos una de ellas; la que más se ajusta al tema que estamos tratando: “situación dificultosa o complicada”. Con esta definición es sencillo ver que todos hemos pasado en algún momento de nuestras vidas por una crisis.
Pero claro, hay diferentes clases de crisis aunque todas tienen algo en común: son dificultosas y complicadas. A esto podríamos agregar otro aspecto: son coyunturales, es decir se producen en momentos determinados y tienen una cierta duración; no son permanentes. Pensemos, por ejemplo, en la crisis de la mediana edad (antes se hablaba de la crisis de los 40 pero la esperanza de vida se va a alargando y esa crisis se va desplazando). Esta crisis evolutiva se produce cuando llegamos a una cierta edad en la que tomamos conciencia de que estamos entrando en un nuevo período de nuestras vidas. Esto implica salir de una etapa (con la consecuente sensación de pérdida) y estar predispuesto a vivir una nueva (que aún desconocemos). Pero para esta crisis la vida nos ha preparado: vamos madurando, creciendo biológica y mentalmente.
El problema se nos puede plantear cuando surge una crisis inesperada, cuando nos hallamos en una situación complicada y dificultosa, -siguiendo la definición de crisis- que no habíamos previsto. Tomemos como ejemplo el caso en que nuestra pareja se nos planta de frente, un buen día, y nos dice: he dejado de quererte. Si bien podíamos imaginar que las cosas no iban bien en nuestra pareja, no estábamos preparados para que nos dijeran eso, en forma repentina, de golpe.
Si somos responsables con nuestra vida, si aprendemos de nuestros errores y tenemos el firme propósito de trabajar para superar las dificultades que ella nos presenta, la tarea de afrontar una crisis inesperada no se nos planteará como algo insuperable.
Sin embargo, no siempre reaccionamos como “en teoría” deberíamos reaccionar. Y ante un primer ataque (situación de crisis) lo mejor que podemos hacer es defendernos. Un mecanismo psicológico de defensa es la negación. Es inconsciente, no es voluntario. Surge un acontecimiento que me puede perjudicar y lo niego: ella o él me sigue queriendo. Pero a veces los hechos hablan por sí solos. Es cierto que nos gustaría creer en que las cosas no son así, pero la realidad se impone y por más que escribamos largas cartas a los Reyes Magos y nos quedemos despiertos hasta las tantas: no vendrán. O sea que “ella o él no me quiere”. Hay un punto en que mis negaciones dejan de ser eficaces frente a la realidad. Es en ese momento cuando recurro a mi verborragia y a mi memoria para acordarme de toda su familia: “¿cómo me vino a hacer esto a mí? ¡Con lo tanto que la o lo quería!” O sea, ante un hecho que me supera, mi primer mecanismo fue negarlo. Luego, cuando por fin tomo conciencia de la realidad, me enfado y saco toda la rabia afuera. Y en este momento tendré que apelar a todos mis recursos para ver en qué medida esta nueva situación –han dejado de quererme- me perjudica y cambia mi posición en la relación. Es decir, ver y analizar por qué hemos llegado a este punto, qué ha pasado y qué es lo que sucederá con esta relación –si es que “realmente” han dejado de quererme-.
Pero cuando tomamos conciencia de la gravedad de la situación, de que si la otra persona ya no me quiere, las cosas han cambiado y ya no será lo mismo que antes, aparecen la tristeza y la angustia. Lo que era una relación normal con sus altibajos corre el riesgo de desmoronarse y eso nos produce angustia. Nos ponemos tristes.
Y como decía Serrat: “Bienaventurados los que están en el fondo del pozo porque de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando”. O sea que si ella o él no me quiere pues habrá que reconstruir todo de nuevo y ver en qué situación estamos para salir adelante: ya sea para ver qué podemos cambiar y reconquistar su amor o para ir pensando en que nuestra relación ha llegado a su fin.
Así es como habitualmente reaccionamos ante una crisis los que intentamos mantener una cierta coherencia en nuestra vida. Y digo una cierta coherencia porque es muy difícil mantener una actitud de coherencia total en una vida llena de contradicciones. Pero eso no quiere decir que no apuntemos hacia la coherencia. Buscar un cierto equilibrio entre lo que pensamos y lo que hacemos, se acerca a un estilo de vida saludable.
Y podríamos pensar que la crisis global por la que está pasando el mundo y que nos involucra a todos, puede ser analizada de la misma manera. Ante los primeros indicios de crisis el primer mecanismo de defensa que utilizamos es la negación: “no hay crisis”; “es un invento de los medios masivos de comunicación”; “a mí no me va a afectar”; etc.. Luego, cuando tomamos verdadera conciencia de lo que está sucediendo nos enfadamos –con justa razón- y sacamos toda la rabia afuera. Empezamos a atribuir culpables y a insultarlos –aunque no creo que eso solucione nada, pero uno se siente más descargado-. Es una buena forma de procesar lo que nos pasa en ese momento. Nos sentimos como Carmen Maura en “Mujeres al borde de un ataque de nervios” cuando sale del despacho de la abogada feminista: “me voy mucho más tranquila”. Pero descargarnos no soluciona las cosas ni cambia la situación. Es en ese momento cuando tomamos conciencia de que también estamos implicados, como ya dijimos en otra ocasión, al menos como damnificados. Y nos tocará entonces ver en qué medida nos afecta y de qué recursos disponemos para enfrentar la nueva situación, que, como ya hemos dicho, es “dificultosa y complicada”.
Como cuando nos dábamos cuenta de que, quizás, no nos querían y de que corríamos el riesgo de perder una relación, en el caso de la crisis global también nos deprimimos. La incertidumbre, el miedo a perder cosas o a que no podamos enfrentarnos a la nueva situación, nos produce angustia. Pero no podemos quedarnos en la angustia y no hacer nada. Por una cuestión de supervivencia tenemos que hacer algo. Para ello empezaremos analizando y evaluando en qué medida esta crisis nos afecta y qué camino podemos tomar para ir superándola. No olvidemos que, además de ser situaciones “dificultosas y complicadas”, las crisis son coyunturales, no permanentes.
La experiencia nos resulta de gran ayuda para enfrentarnos a situaciones nuevas. Y si hemos ido superando las diferentes crisis que nos van apareciendo en la vida tenemos que recurrir a nuestra experiencia y a nuestra capacidad de adaptación para resolver las dificultades que puedan surgir en esta nueva situación.
No necesariamente los cambios que se van produciendo nos dejan en una situación peor. En muchas ocasiones, tras tiempo y esfuerzo acabamos en una posición mejor o diferente (lo que traerá aparejado nuevas expectativas y necesidades). Tal vez, de lo que se trate es de estar predispuesto a ver las cosas desde la nueva perspectiva y aplicar el ingenio y la creatividad para seguir viviendo, creciendo. Por lo demás, todo pasa y todo cambia. No olvidemos que “de vez en cuando la vida, nos besa en la boca y a colores se despliega como un atlas” (J.M. Serrat).
Alejandro Pignato
martes, 31 de marzo de 2009
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La vida no es algo estático, siempre está en evolución y nosotros con ella, las "crisis" son parte de esa evolución, hay que estar siempre a la altura sabiendo hacerles frente y asumiendo sus consecuencias.
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